MARÍA  Y  LA  EUCARISTÍA 

    María es mujer eucarística con toda su vida (EE 53). Cuando en la visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en tabernáculo, el primer tabernáculo (sagrario) de la historia, donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como irradiando su luz a través de los ojos y la voz de María.

Y la mirada embelesada de María, al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística? (EE 55).

Dice San Efrén: María nos da la Eucaristía en oposición al alimento que nos da Eva. María es, además, el sagrario donde ha habitado el Verbo que se ha hecho carne, símbolo de la morada del Verbo en la Eucaristía. El mismo cuerpo de Jesús, nacido de María, es nacido para hacerse Eucaristía .
Recibir la Eucaristía debía significar para María, como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la cruz… Así como la Iglesia y la Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en la celebración eucarística es unánime ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente (EE 56).

María… está presente cada domingo en la Iglesia. ¿Cómo podría ella, que es la Madre del Señor y Madre de la Iglesia, no estar presente por un título especial, el día, que es a la vez día del Señor y día de la Iglesia?… De domingo en domingo, el pueblo peregrino sigue las huellas de María y su intercesión materna hace particularmente intensa y eficaz la oración que la Iglesia eleva a la Santísima Trinidad (DD 86).
Ciertamente, María, como Madre de todos nosotros, no puede estar ausente de sus hijos en el momento más importante en que están reunidos para celebrar la Eucaristía y unirse a Jesús en la comunión. Porque, junto a Jesús, siempre está María; María y Jesús son inseparables. Hace dos mil años, María vivía para Jesús, para servirlo y hacerlo feliz. Y ahora está para servirnos y hacernos felices a nosotros, llevándonos a su Hijo Jesús. María es el camino hacia Jesús, es la estrella que nos lleva a Belén. La estrella que nos guía a la Eucaristía, donde Jesús siempre nos espera. Y en el sagrario, como en la cueva de Belén, junto a Jesús, siempre está María, realmente presente.
Si queremos hablar con Jesús en persona, vayamos a la Eucaristía; si queremos hablar con María personalmente, vayamos a la Eucaristía. En la Eucaristía nos encontraremos siempre con Jesús y María. Centrando nuestra vida en Jesús Eucaristía, imitaremos a María, pues la Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea como la de María, toda ella un magnificat (EE 58). María guía a los fieles a la Eucaristía (RM 44). Ella es madre de Cristo y, podemos decir, que es también madre de la Eucaristía, por ser la madre de Jesús Eucaristía.
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