EL AMOR NO ES …ENVIDIOSO
Encontramos aquí, dos aplicaciones actuales:
1. La verdadera caridad a nadie permite sentirse «menos». «Al realizar el bien, este no deja caer en las nocivas o dañinas comparaciones».
Para San Agustín la envidia es: «disgusto por el bien ajeno» Entonces, si el bien ajeno por la envidia se vuelve tormento, la caridad auténtica que busca el bien ajeno, la vuelve alegría. Los envidiosos siempre criticarán toda obra buena. Los caritativos siempre aplaudirán toda ayuda al necesitado. Judas criticó el derroche de María, quien ungió con ungüento precioso los pies de Jesús, con el pretexto de que con su precio habría servido a los pobres. Juan, testigo y comentarista, descubre que más que interesarle los pobres, a Judas le dolía el despilfarro que lo privaba de recibirlo él mismo. Así se desenmascaran cuantos promueven obras en beneficio de la comunidad, buscando su bien personal, víctimas de la envidia defraudan con proyectos a favor del pueblo, cuando lo que buscan es no ser «menos» en comparación con otros.
2. Otro caso que se previene y evita con la verdadera caridad, es el de la competencia entre organismos o grupos dedicados a obras sociales.
Lejos de impedir que otros hagan el bien, se da el buen testimonio de la caridad, cuando se prestan ayuda mutua, se recomiendan, se complementan y se proporcionan información y materiales útiles. En muchos aspectos, a veces, no podemos realizar obras de más envergadura, porque cada quien «trabaja para su santo» y mantenemos a manera de islas agrupaciones autosuficientes. Los problemas se resolverían mucho mejor si tuviéramos más espíritu de asociación esa es la verdadera caridad, que nunca
es… ¡envidiosa!
Autor: Monseñor Rafael Gallardo García | Fuente: laverdadcatolica.org