SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO

Ya está cerca el Reino de Dios. Esta afirmación del Evangelio de San Mateo (EV) parece ofrecernos un elemento unificador a las lecturas de este domingo segundo de adviento. El Reino era la más alta aspiración y esperanza del Antiguo Testamento: El Mesías debía reinar como único soberano y todo quedaría sometido a sus pies. El hermoso pasaje de Isaías (1L) ilustra con acierto las características de este nuevo reino mesiánico: «brotará un renuevo del tronco de Jesé… sobre él se posará el espíritu… habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito. Habrá justicia y fidelidad». Ante la inminencia de la llegada del Reino de los cielos se impone la conversión. Juan Bautista predica en el desierto un bautismo de conversión. Se trata de un cambio profundo en la mente y en las obras, un cambio total y radical que toca las fibras más profundas de la persona. Precisamente porque Dios se ha dirigido a nosotros con amor benevolente en Cristo, el hombre debe dirigirse a Dios, debe convertirse a Él en el amor de donación a sus hermanos: acogeos mutuamente como Cristo os acogió para Gloria de Dios (2L).
 
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